España tiene una rica tradición de festivales coloridos, y a veces extraños, los más conocidos son los del verano, como los encierros de toros en las estrechas calles de Pamplona o los cientos de personas que se lanzan tomates maduros unos a otros cerca de Valencia. Pero algunas de las fiestas más oscuras no son menos intrigantes. Dos pequeños pueblos de Extremadura, una provincia al oeste de Madrid, ofrecen espectáculos de invierno inusuales.
En una de ellas, los hombres se ponen pieles de animales para parecerse a la Chewbacca de la serie “La guerra de las galaxias” y en otra se arrojan nabos crudos a una figura de tipo arlequín. En la fiesta de las carantoñas de Acehuche, los hombres son ayudados a ponerse trajes peludos y voluminosos y máscaras que dan miedo antes de caminar por las calles de las casas encaladas con aspecto de bestias salvajes (“carantoñas”). Las mujeres desfilan con coloridos mantones y faldas bordadas mientras suena la música. Como muchas fiestas, el origen de ésta no está claro. Algunos dicen que es una representación de la leyenda de los animales salvajes que reciben a San Sebastián después de su martirio. En la fiesta de las Jarramplas, por su parte, un hombre con un traje multicolor y un puntiagudo sombrero de madera para protegerse de los nabos. Una multitud de hombres en la calle le arroja las verduras desde muy cerca en la fiesta que se celebra anualmente en Piornal, a 200 kilómetros (125 millas) al oeste de Madrid, durante dos días. Su objetivo va vestido como un arlequín, con una pesada cara de madera y una máscara de cabeza pintada de rojo, negro y blanco. Sólo los residentes de Piornal pueden hacer el papel de “jarramplas”, y los lugareños consideran un honor ser elegidos de la lista de espera de una década. En la actualidad, las “jarramplas” están acolchadas por guantes y escudos en el pecho. Una vez más, los orígenes de la fiesta son inciertos, pero existe la creencia general de que una vez un ladrón fue expulsado del pueblo bajo una granizada de verduras crudas.