La situación del auge de la extrema derecha entre los jóvenes plantea un desafío global que va más allá de las fronteras políticas de un solo país. Las sociedades democráticas enfrentan la creciente dificultad de integrar a los jóvenes en procesos políticos que representen sus intereses de manera real y efectiva. En lugar de fomentar la participación activa y constructiva dentro de los sistemas democráticos existentes, muchos de estos jóvenes recurren a movimientos radicales que les ofrecen una visión clara del mundo, aunque peligrosa y reduccionista. Las ideologías de extrema derecha se presentan como una respuesta directa a lo que perciben como una amenaza existencial hacia sus culturas, identidades y valores tradicionales. Esto se ve particularmente en países con fuertes tensiones sobre inmigración, globalización y derechos humanos.

Además de las plataformas de redes sociales, el auge de la extrema derecha entre los jóvenes también ha encontrado un terreno fértil en los círculos de jóvenes intelectuales que se sienten atraídos por discursos de “revolución cultural” que prometen un retorno a lo que consideran un orden más “natural” o “autóctono”. Estos discursos a menudo están acompañados de una retórica de resistencia contra el “globalismo” y el “multiculturalismo”, presentados como amenazas que diluyen la pureza y la unidad de las naciones. En algunos casos, estos movimientos también se presentan como la última barrera contra lo que consideran el colapso de los valores occidentales tradicionales.

En este contexto, la educación juega un papel fundamental para evitar que más jóvenes se sumen a ideologías extremistas. Sin embargo, en muchas partes del mundo, las políticas educativas no han logrado incorporar de manera efectiva la enseñanza de valores democráticos y el respeto a los derechos humanos. En algunos países, se ha evidenciado que el sistema educativo no ha sido capaz de ofrecer a los jóvenes una alternativa sólida a los mensajes extremistas que consumen en línea, dejando un vacío ideológico que es rápidamente llenado por estos grupos. Además, la falta de un diálogo real sobre las tensiones sociales y la creciente desigualdad económica alimenta aún más la percepción de que los problemas que afectan a las comunidades más vulnerables no están siendo atendidos.

El auge de la extrema derecha también está estrechamente vinculado con fenómenos como el populismo, que ofrece soluciones rápidas a problemas complejos. Las promesas de restaurar el orden y la estabilidad bajo un liderazgo fuerte y autoritario atraen a aquellos que sienten que los sistemas políticos tradicionales han fracasado en dar respuesta a sus necesidades. Esta tendencia también está siendo impulsada por el resentimiento de los jóvenes hacia lo que perciben como una “elite política” desconectada de la realidad cotidiana, y la extrema derecha ofrece la promesa de un cambio radical que desafíe el statu quo.

Es importante destacar que la radicalización de los jóvenes no se da de manera aislada, sino que es el resultado de una serie de factores estructurales, psicológicos y socioculturales. Entre ellos se encuentran la falta de perspectivas laborales, el aumento de la precariedad económica y el creciente escepticismo hacia las instituciones democráticas. El vacío de liderazgo y la falta de modelos a seguir dentro de las estructuras tradicionales, como los sindicatos, las organizaciones políticas o los grupos juveniles, también facilitan la radicalización. La desesperanza en un futuro mejor, alimentada por la crisis económica y la falta de oportunidades, hace que muchos jóvenes encuentren consuelo en grupos de extrema derecha que les proporcionan un sentido de propósito y una causa común.

Además de las implicaciones políticas y sociales, este fenómeno también tiene repercusiones en la cohesión social de muchos países. Las ideologías de extrema derecha promueven divisiones profundas en la sociedad, alimentando el miedo y el odio hacia los “otros”. Esto puede llevar a un aumento de la violencia y los discursos de odio, creando tensiones entre grupos étnicos, religiosos y culturales. La polarización es uno de los mayores riesgos que enfrenta la sociedad moderna, ya que las instituciones democráticas pueden verse amenazadas por el desdén de la población joven hacia las estructuras de poder establecidas.

La lucha contra el auge de la extrema derecha entre los jóvenes requiere un enfoque multidimensional. No se trata solo de una cuestión política, sino también de un problema cultural y educativo. Las políticas públicas deben centrarse en crear una sociedad más inclusiva, en la que los jóvenes puedan sentir que tienen un lugar en el futuro y puedan expresar sus inquietudes de manera constructiva. Es esencial que los sistemas educativos refuercen el pensamiento crítico, fomenten el diálogo intercultural y promuevan una visión más amplia de la sociedad, en la que la diversidad sea vista como una fortaleza y no como una amenaza. Solo a través de un esfuerzo conjunto se podrá evitar que el extremismo se convierta en una opción atractiva para las generaciones venideras.